La caravana de migrantes centroamericanos ha jugado sus cartas más audaces para llegar a Estados Unidos: derrumbar la frontera en una masiva e inesperada estampida o escabullirse a cuenta gotas por el peligroso desierto. Ante su fracaso, deberá someterse al extenuante proceso de pedir asilo desde México.

Tras recorrer más de 4.000 km desde Honduras durante más de un mes en busca del sueño americano, el hartazgo y la desesperación se han apoderado de los cerca de 5.000 migrantes centroamericanos que se han estancado en Tijuana, una ciudad del noroeste de México fronteriza con Estados Unidos.

Ahí viven hacinados en un improvisado albergue con escasos servicios sanitarios, dos raciones de comida al día y diversas epidemias.

En su apremio por buscar mejor vida en Estados Unidos, estos migrantes -mayoritariamente familias hondureñas con niños- han arriesgado el pellejo intentando cruzar a la fuerza la frontera.

El momento más crítico ocurrió el domingo, cuando unos 500 migrantes embistieron en horda contra el muro de metal oxidado que divide a Tijuana de la ciudad estadounidense de San Diego, escalando incluso una segunda valla coronada por alambre de púas.

Los gases lacrimógenos y balas de goma que las fuerzas estadounidenses descargaron contra ellos para frenarlos infundieron terror entre la caravana y enfriaron su ánimo.

“Nunca nos esperamos eso, creímos que iban a matarnos. Está muy difícil cruzar al otro lado así”, dijo Brayan Casas, un hondureño de 28 años que terminó con varios hematomas en el cuerpo tras participar de la estampida con su esposa e hijo.

“Aprendieron la lección. Ya vieron que no podrán pasar fácilmente. Amanecieron menos rebeldes”, dijo bajo el anonimato un agente BETA, una fracción del Instituto Nacional de Migración en México destinado a dar atención humanitaria a los indocumentados.

Esta crudeza no desanima a los más fuertes, que han empezado a escabullirse por debajo del muro, en solitario y por las noches, para adentrarse en el vasto desierto estadounidense.

“Ya van cinco veces que intento pasarme yo solo. Pensé que si no había luz no me verían pero están bien perros (implacables)” los agentes de la patrulla fronteriza, cuenta Danilo Mejía, un delgado hondureño de 26 años que viaja solo, vestido con una chamarra de piel que le queda grande.

Ante esta encrucijada, los migrantes no tienen otra opción que solicitar asilo a Estados Unidos desde México, un proceso tan largo y complicado que parece igual de imposible de lograr.

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