Responsabiliza a Adelaido Flores Díaz, entonces director de la Policía de Torreón, siguen trabajando en la policía estatal de Coahuila.
Mónica sobrevivió a más de 10 horas de tortura física y sexual por parte de policías de Torreón. Luchó durante siete años por obtener su libertad después de ser acusada de delitos que no cometió. Ahora Mónica se enfrenta al monstruo de la burocracia para obtener su reparación del daño y a los hostigamientos que las policías mantienen. La historia de Mónica es una lucha de fortaleza frente a la barbarie.
La historia de Mónica Esparza es una historia de tortura física y sexual; una historia de homicidio, de injusticias, de lágrimas, de miedo, de corrupción, de impunidad. Y de mucho, mucho coraje.
También es una historia de resiliencia y de dignidad.
Es una historia de fortaleza.
Mónica Esparza fue detenida injustamente por policías municipales de Torreón el 12 de febrero de 2013 junto a su esposo y su hermano. Fue secuestrada por la corporación, torturada física y sexualmente por cerca de 14 horas. Miró las torturas hacia su esposo y a su hermano. El amor de su vida se le murió en sus brazos a consecuencia de la tortura de los policías. La acusaron injustamente y con base a amenazas, de secuestro y posesión de armas de uso exclusivo del Ejército. Varias veces intentó quitarse la vida. Hasta que un día comenzó a estudiar en el penal y promover sus propios amparos, exigir sus derechos y pedir el apoyo de organizaciones a través de cartas.
Siete años después, logró su libertad.
Pero quién dice que Mónica es libre cuando los policías mantienen un acoso y hostigamiento hacia ella o su familia, sin que nadie, el alcalde o el gobernador, o alguna autoridad, los detenga.
A cuatro años de haber salido de prisión, el gobierno no le ha pagado su reparación del daño. Los policías que la torturaron están libres, y algunos como Adelaido Flores, entonces director de la Policía de Torreón, siguen trabajando en la policía estatal de Coahuila.
-¿A 11 años de la detención, qué preguntas te sigues haciendo? -pregunto a Mónica Esparza, próxima a cumplir 38 años.
-Siempre he vivido con eso. Si algún día el señor Adelaido llegara a escuchar esto, quiero que me dé una explicación de por qué. ¿Por qué tanta saña? ¿Cuál fue el motivo? ¿Cuál era la razón? Siempre me he preguntado si fui el premio de una casa o el bono de 75 mil pesos, o si fui parte de algo, que dieran estadísticas de que estaban haciendo algo. Tal vez fuimos un signo de pesos.
En aquel entonces la región Laguna de los estados de Coahuila y Durango todavía vivía el azote de la violencia producto de la lucha entre los cárteles de los Zetas y el Pacífico por el territorio. Los homicidios violentos se contaban diariamente y las corporaciones policiacas de Coahuila tenían al frente a exmilitares como Adelaido Flores.
“Quisiera saber cuál fue el motivo. No le hacíamos daño a nadie. Quisiera que alguien me aclarara y me dijera ‘fue por esto’. ¿Por qué? ¿Por qué fui yo? ¿Qué les hicimos? Es lo que siempre me he preguntado.
“Voy a pasar por lo que tenga que pasar. Siempre ha sido mi pregunta y no quisiera morirme sin tener una respuesta. Porque es algo con lo que he aprendido a vivir toda mi vida”.
La respuesta la da Mónica Esparza casi al finalizar la entrevista en la sala de su casa, donde vive de renta porque además de siete años de libertad, los policías le arrebataron aquel 12 de febrero a su esposo, su boutique, su café internet, su camioneta, una motocicleta… sus sueños.
“Quería ser empresaria reconocida, tener una cadena de boutiques. Ya tenía una y un ciber. Quería ser empresaria grande. Darles a mis hijos lo que nunca tuve. Vivía para eso”, cuenta Mónica.
Pero todos esos sueños se los arrancaron hace 11 años cuando una patrulla de la policía municipal les marcó el alto.
Eran alrededor de las 10 de la mañana. Mónica, su esposo Alfredo Domínguez y Édgar Rogelio, hermano menor de Mónica, circulaban a bordo de una camioneta por el bulevar Libertad en Torreón. Venían de casa de la mamá. Se dirigían a Interceramic, una tienda de pisos.
En algún momento una patrulla de policías municipales les pidió que detuvieran la marcha.
Eran cinco oficiales: chofer, copiloto, una mujer y otro hombre en la parte trasera; uno más en la caja.
“Brincan de la camioneta y nos apuntan con las armas”, relata Mónica todavía con expresiones de asombro e incredulidad.
A su esposo y a su hermano los colocaron contra el cofre de la camioneta y comenzaron a quitarles sus identificaciones. Los policías pidieron los papeles de la camioneta. Mónica los enseñó.
-¿A qué se dedica? -preguntó un oficial.
-Comerciante. Tengo una boutique y un cíber -respondió Mónica, una veinteañera entonces con dos hijos y dos hijas.
-¿Dónde viven?
Mónica contestó.
-¿Tiene enemigos?
Mónica respondió que no.
-¿Segura?
-Segura.
-¿Has tenido problemas con alguien?
-No -insistió Mónica, mientras a su marido y hermano los mantenían detenidos pegados al cofre.
-Recibimos una llamada anónima, que un vehículo blanco los venía siguiendo porque los quería matar -argumentó el oficial.
Mónica se sorprendió.
-¿Por qué si venía un carro blanco no paraste al carro blanco? ¿Por qué a mí?
-Quería saber si tienes un problema con alguien.
Mónica insistió que no tenía enemigos. Los oficiales hablaban en claves.
El policía que interrogaba caminó para hablar por radio. A los minutos regresó y dijo que se tenía que llevar a Alfredo y a Édgar.
-Mi jefe tiene que checar algo con ellos -le dijo.
Mónica no quería que se los llevaran. Les preguntó que habían hecho mal.
-Si quieres acompáñanos y ya que mi jefe cheque que todo está bien y te los llevas.
A su esposo y hermano los subieron a la caja de la patrulla, tirados como reses. Mónica iba en la cabina junto con la mujer policía. Otro policía condujo la camioneta de Mónica.
Mónica miró todo el camino. Eso le sirvió, años después, para dibujar un croquis de la detención arbitraria.
Mónica observó por qué parte del edificio de Seguridad Pública entraron. Mónica describe las calles y las instalaciones de la institución, las lleva incrustadas en la memoria.
“Había un portón grande y como malla de triángulo. Entramos por atrás, por ese portón. Haz de cuenta que había unas escaleras azules y había muchos cuartitos, abajo dos puertas… una que decía campo de tiro… ahí los metieron”.
Cuando Mónica comenzó a luchar por su libertad desde prisión, describió todas esas fachadas y cuartos. Más tarde le serviría para comprobar que sí estuvo en el lugar, y no en una casa de seguridad como lo señalaron los policías.
Mónica sintió que algo estaba mal cuando ella se quedó en la camioneta junto a la mujer policía, y a su hermano y esposo los metieron en una bodega.
Su teléfono comenzó a sonar. Era su mamá. Luego su papá. No le permitieron responder. Tiempo después se enteraría que un taxista, conocido de la familia, miró cuando los policías los detuvieron y avisó a la familia.
“Hazme caso, mientras me hagas caso no te va a pasar nada”, le decía la policía un tanto nerviosa.
“Qué me tiene que pasar”, se preguntaba Mónica para sí misma.
En cuestión de minutos Mónica comenzó a observar el desfile de camionetas blancas, la salida de hombres de los cuartos. Hombres sin playera, uniformados, en short, otros vestidos de forma casual, otros cubiertos de negro, otros armados con cuernos de chivo. Llegaron soldados. Todos se metían a la bodega donde habían ingresado a su esposo y hermano.
Mónica comenzó a sentir miedo.
Uno de sus aprehensores, el agente Mario Luévanos Rocha, a quien Mónica siempre ha identificado, se dirigió a la camioneta y regañó a la mujer policía.
“Que no ves que está viendo, pendeja”, le gritó. La policía la agarró de los cabellos y tumbó a Mónica al piso.
Luévanos Rocha le arrancó la joyería, la bolsa, el celular, la argolla de matrimonio.
“Me los jalaba. En una que me los jaló, salieron volando y andaba debajo de la camioneta buscándolos. Me subió la blusa, era una blusa azul turquesa, de licra… yo iba viendo todo. Me metieron a la misma bodega… era un espacio… una puerta y había un arco, había un pasillo, luego una barra con diferentes arcos… era un arco, pared, arco. Enseguida estaba la bodega inmensa. En el fondo unos monos, que me imagino que es donde practicaban tiro…”
Al fondo, en las esquinas, tenían a su hermano y a su esposo, desnudos. Los policías los golpeaban con furia.
Cuando a Mónica le bajaron la blusa azul turquesa, le dijeron: “bienvenida a la fiesta…”.
LA TORTURA
Mónica Esparza dice que lo más cruel que te puede mostrar el gobierno, se lo mostró a ella en cuestión de minutos.
Mónica tardó tres meses en poder relatar a la psicóloga la tortura que vivió. Cuando estuvo en el penal federal de Tepic, la psicóloga le pedía todos los días que le narrara lo que sucedió el 12 de febrero de 2013.
Mónica apenas comenzaba y se quebraba. Lloraba. Las palabras no le salían sin que comenzara a temblar en medio del sollozo.
“¿Por qué me hace eso?”, le cuestionaba a la terapeuta.
“El día que lo puedas contar, es el día que lo sanaste”, le comentó.
Hoy Mónica Esparza puede contar la tortura física, la tortura sexual y el asesinato de su esposo a manos de los policías de Torreón. El dolor se mantiene cuando habla de ello porque lo recuerda, lo vuelve a vivir.
Desde las 11 de la mañana que ingresaron a la bodega hasta las 2:46 de la mañana del día 13 de febrero que Mónica llegó con el médico legista en la sede de la entonces Procuraduría General de la República, las víctimas sufrieron toda clase de torturas que provocan llanto, rabia, coraje e indignación.
Es el relato de Mónica Esparza:
“Te pegaban con la tabla, en la espalda, chamorros, en las piernas, en las pompas… les abrían para pegarles con las tablas… me metían a un tambo con agua…
“A mí me ponían para que yo viera lo que les hacían a ellos, y a ellos los ponían para ver lo que me hacían…
“Querían sacar una información que nosotros no teníamos. Tú crees que al ver él (su esposo) que me estaban violando no hubiera dado la información. No van a estar aguantando una tortura así, si supiéramos algo lo hubiéramos dicho…
“Nos preguntaban cosas estúpidas, como dónde estaban todas las casas de seguridad, dónde estaba el dinero, dónde estaban las armas….
“A Alfredo le meten una botella de medio litro de vidrio de fresca, se la meten por el ano… gritó muy feo… se la metieron dos veces… La primera vez se le vino mucha sangre. Luego otra vez. Después ya no habló…
“Hubo un lapso en la bodega que nos dejaron solos. La cerraban con una cadena y metieron la cadena. Preguntó dónde estaba… se arrastró conmigo. Le decía que tuviera fe, que íbamos a salir de ahí… Ya no voy a aguantar, me decía… No, no me puedes dejar sola. Aguanta, se van a dar cuenta que están mal. Les había dado domicilios, negocios, que fueran a checar. Fue un error, fueron a robar. Abrieron mi casa con un marro. Se llevaron todo. La camioneta de mi esposo, los muebles… Ya no puedo, me decía… Se murió en mis brazos… Ayúdenlo… le pusieron los toques. Se está haciendo pendejo, decían… Ya se le acabaron las pilas a la máquina. Se está haciendo pendejo… me las ponen a mí y grito…”.
El relato que documentó Amnistía Internacional en el informe Sobrevivir a la muerte, tortura de mujeres por policías y fuerzas armadas en México, es igual de perturbador: “…La asfixiaron con bolsas de plástico, la golpearon en las nalgas con un tablón de madera y la arrastraron por el suelo agarrándola del pelo (…). Mónica vio cómo golpeaban a su esposo con látigos con espuelas de metal y cómo le desprendían la piel de la pierna con un cuchillo. Los policías municipales aplicaron descargas eléctricas a Mónica en los genitales y las piernas. A continuación, un representante de la Secretaría de Seguridad Pública de Torreón la agarró y empezó a besarla bruscamente y a morderla en la cara y el cuello, y luego la violó delante de su esposo y su hermano. Después, seis policías la violaron uno detrás de otro, y a continuación se masturbaron en su cara y
